Por María Fals
En el siglo XXI, la difusión del arte necesita del apoyo de todos. Las funciones sociales, comunicativas y educativas de la producción artística la convierten en un instrumento para el fomento de valores éticos, para el desarrollo humano integral que tanto se busca.
Sin embargo, el artista ve limitado el impacto social de sus creaciones si no cuenta con el apoyo de historiadores y críticos de arte, de gestores culturales, de sus propios colegas, de coleccionistas y de mecanismos estatales que aumenten la incidencia de su propuesta artística.
Me gradué como licenciada en Historia del Arte a finales de la década del 80 del pasado siglo. El perfil de mi carrera para ese entonces ya era muy amplio: podíamos dedicarnos a la investigación, a la crítica, a la gestión cultural, a la educación artística o especializarnos en el ámbito de la curaduría y museografía.
Hoy el esfuerzo que la sociedad nos demanda es mucho más complejo. En un mundo donde parece que el tiempo no alcanza ´por la cantidad de actividades que realizamos, donde la insensibilidad, la angustia ante el futuro, el hacinamiento en los principales centros urbanos y las guerras están presentes, ampliar los conocimientos sobre el arte, sanador de almas y despertador de conciencias, es fundamental.
Por tanto, nosotros como historiadores del arte y críticos, debemos responder a nuevos paradigmas. Considero que nuestra primera meta debe ser desarrollar la inteligencia emocional, cultivar el carácter, la empatía, el liderazgo, la capacidad de trabajar en equipo bajo el principio ganar-ganar utilizando redes de apoyo, manteniendo a raya el ego y el individualismo que todo lo estanca.
La segunda, y fundamental, es desarrollarnos en el campo de la investigación cultural con enfoques tanto cualitativos como cuantitativos, para hacer aportes científicos al conocimiento.
En tercer lugar, hay que fortalecer la capacidad de comunicarnos de forma efectiva, tanto oral como escrita, a través de la elaboración de artículos de alto rigor para la prensa digital e impresa, de la redacción de ensayos críticos de gran profundidad y la realización frecuente de conferencias y conversatorios actualizados sobre temas de arte y cultura.
En orden subsiguiente, es muy importante que fomentemos nuestra capacidad didáctica, contribuyendo a la construcción de conocimientos significativos en el campo de la educación artística en personas de diferentes edades y niveles educativos. Es muy pertinente adquirir un manejo actualizado de aspectos curatoriales y museográficos que nos permitan realizar el montaje de exposiciones con un discurso estético, lógico y comprensible, portador de un mensaje que conmueva y haga reflexionar al público interpretante.
Debemos abrirnos a la escucha activa, ya que la comunicación directa con el artista, el conocer sus inquietudes, motivaciones y necesidades, es fundamental para el análisis y justa valoración de su obra. El promover nuestra vinculación con los galeristas, los coleccionistas, los gestores culturales, los estudiantes de arte y con todas las personas que nos rodean, nos permitirá ampliar nuestras esferas de acción exponencialmente. Es muy útil también ampliar nuestros conocimientos en el manejo de las redes sociales y aplicarlos a la difusión del arte y la cultura en general.
La pasión, la entrega, hacer del trabajo en el campo de la cultura artística un propósito de vida, contribuir en la medida de las posibilidades a que el mundo sea un lugar mejor a partir de la realización de actividades transformadoras realizadas en colectividad, serán los faros que guiarán al éxito a todo historiador del arte en la labor cotidiana y nos permitirán “ seguir adelante rumbo a la esperanza”.